Por qué intentamos justificarnos ante otras personas

justificarnos ante las personas

Compartir en tus redes:

En muchas ocasiones, cuando mantenemos una conversación con alguien, nos centramos en explicarle a ese alguien por qué hacemos, por qué hemos hecho, por qué no hemos hecho, o por qué no hacemos alguna cosa. Intentamos explicar todo esto a una persona a la que es muy probable que ni siquiera le importe lo que hacemos o dejamos de hacer.

Muchas veces hacemos esto, lo hemos hecho todos; y puede que hasta varias veces al día. Me refiero a la acción de intentar justificar o dar una excusa de por qué hemos hecho algo; o de por qué no hemos hecho algo que sabemos que teníamos que haber hecho.  

Intentamos justificarnos por algo que no queremos hacer, o bien de algo que los demás esperan que hagamos y que igualmente no hicimos. 

En definitiva, nos justificamos cuando creemos que no hemos actuado del todo bien. Pero es que incluso, nos justificamos por algo que hemos hecho, y que no necesariamente tiene que haber sido algo malo que nos puedan reprochar. 

Justificarnos es algo que hacemos con frecuencia y casi sin darnos cuenta, no caemos en ello hasta que alguien nos dice eso de “no me pongas excusas” En ese momento, nos damos cuenta de que efectivamente las estamos poniendo. 

Estoy hablando de excusas y de justificaciones de manera indistinta, aunque en realidad no son lo mismo. Hay una clara diferencia entre una cosa y la otra. 

Nos justificamos cuando damos muchas explicaciones acerca de algo que hemos hecho, de alguna decisión que hemos tomado.  En cambio, ponemos excusas cuando no hemos hecho algo que sabemos que sí teníamos que haber hecho y pretendemos disculparnos por ello.  

Por qué ponemos excusas o nos justificamos

Según dice el diccionario, una excusa es un motivo que damos para eludir una obligación, o bien para explicar la ausencia de una acción. 

Bien, esto estaba más o menos claro, pero ¿por qué tenemos la necesidad de justificarnos o de poner excusas? 

Pues te diré que tiene una buena razón. Y es que cuando sabemos perfectamente que no hemos cumplido con algo con lo que nos habíamos comprometido, o simplemente con algo que sabíamos que teníamos que haber hecho, nuestros niveles de ansiedad aumentan… y cada vez que recordamos eso que no hicimos, la ansiedad y el malestar aumentan más.

Entonces buscamos algo que explique, ya sea a otra persona o a nosotros mismos, esa falta de acción… y así recuperar el bienestar y la serenidad que habíamos perdido. Esto en psicología se llama disonancia cognitiva.

La disonancia cognitiva

La disonancia cognitiva consiste en que cuando dos ideas, o una idea y una conducta entran en conflicto, se crea la necesidad de disminuir la tensión que produce dicho conflicto. Para ello,  empezamos a crear nuevas ideas que justifiquen nuestra conducta. 

Claro que otra manera de reducir esa tensión sería cambiar el comportamiento que está en conflicto con la idea; es decir, hacer lo que deberíamos haber hecho y no hicimos, por ejemplo. Sin embargo, la mayoría de las veces es más sencillo crear un pensamiento que nos alivie, que cambiar la conducta.  

Podríamos decir que casi instintivamente, buscamos la manera de recuperar el equilibrio emocional que habíamos perdido con esa disonancia. Y para ello necesitamos explicar una acción que, en el fondo, sabemos que no ha estado bien. Esas excusas nos producen un alivio temporal.  

Solemos decir, “no tuve tiempo” “no pude…” o “me fue imposible” Pero es verdad que, casi nunca decimos “no me apeteció” o “no tenía ganas” Por lo tanto, la excusa nos permite resolver la disonancia cognitiva.

Pero también hay un buen motivo para justificarnos: y es que cuando nos preocupa lo que los demás puedan pensar de nosotros, cuando nos preocupa dar una mala imagen, entonces damos unas explicaciones y unas justificaciones que en realidad nadie nos había pedido; pero que aportamos para que no queden dudas. Con la justificación lo que buscamos en el fondo es la aprobación y la aceptación de los demás. 

En el caso de las excusas, nos resultan casi inevitables: porque de alguna manera deberemos aliviar la tensión y la disonancia que nos provoca la falta de acción, cuando sabemos que teníamos que haber actuado.  Y es que por lo general no nos atrevemos a admitir que la causa fue la vagancia, la dejadez o el descuido.

Por otra parte, cuando nos justificamos se nos olvida que tenemos todo el derecho del mundo a hacer lo que queremos, a tomar nuestras propias decisiones, sin tener que explicárselas a los demás. Pero claro, la preocupación por lo que puedan pensar de nosotros, por la imagen que podamos estar dando a los demás, nos lleva a dar esas explicaciones que en realidad nadie nos pidió. 

Tanto con las excusas por lo que no hicimos, como con las justificaciones por lo que hacemos, lo que estamos demostrando es que tenemos una gran inseguridad: al intentar obtener la aprobación de quien nos escucha, es decir, mantener una buena imagen de cara a los demás. 

¿Es posible relacionarnos sin poner excusas ni dar explicaciones?

A ver… en realidad hacer estas dos cosas, la de justificarnos  y poner excusas, no suponen en principio ningún problema, o al menos ningún problema que sea grave. Aunque sí que nos sirve para autoengañarnos.

Pero también es cierto que dejar de hacerlo, posiblemente nos haría sentir más libres. Y sí, claro que sí que podemos relacionarnos con otras personas sin tener que poner excusas a nada, y sin tener que justificarnos por nada. 

Para dejar de justificarte por las cosas que haces, tendrías que tener muy claro que tu vida sólo te pertenece a ti y que tienes el derecho de hacer lo que tú quieras con ella, sin la necesidad de explicarlo a nadie. Tendrías que atreverte a no dar explicaciones, a no complacer a los demás, y por lo tanto, atreverte a quedar mal si ese fuera el caso. 

Eso sí, siempre podrás dar los motivos de por qué has hecho algo, si es que te apetece claro. Por ponerte un ejemplo, imagina que dejas un trabajo por otro. Puedes dar tus razones de por qué lo has hecho, si es que quieres, pero esto no es lo mismo que justificarte. 

No es lo mismo dar unos motivos, que consiste en dar unas razones claras y concretas, que justificarte, que consiste en darle vueltas al tema, intentando que la otra persona no piense mal de ti. 

Por otra parte: dejar de poner excusas también es posible, pero quizás un poquito más difícil. Porque en este caso, podemos creer que nuestra buena imagen está algo más en peligro. A no ser que, a partir de ahora, decidas ser totalmente sincero y contar exactamente la razón por la que no has hecho algo, o por la que no quieres hacerlo, sin poner ninguna excusa. 

Tal vez, si quieres, podrías probar a hacerlo y comprobar qué es lo que ocurre. Ya te digo yo que no ocurrirá nada grave. 

Aunque como te digo, no es tan fácil de hacer, si decides actuar así, sin duda te podrás evitar el tener que inventarte excusas, que puede que sean creíbles, o puede que no. 

Rosa Armas 

Colegiada T-1670. 

psicólogo 24 horas

¿Necesitas hablar con un psicólogo? Estamos disponibles las 24 horas de los 365 días del año

Compartir en tus redes:

Artículos recientes

Categorías

Suscribirse

Suscríbete con tu email y recibirás información sobre promociones especiales para suscriptores