Hace algún tiempo, hablábamos de las mentiras y de por qué mentimos. Todos lo hacemos en alguna que otra ocasión, para protegernos de algo, para obtener algún beneficio; e incluso para proteger a otras personas de un posible daño.
Es verdad que, algunas personas mienten más y otras son más sinceras. Tanto es así, que sin duda conocerás a alguien que te dice eso de, “yo soy muy sincero, te guste o no, siempre digo lo que pienso”. Sin embargo, el exceso de sinceridad puede ser tan malo, y a veces hasta peor que la mentira.
Sinceridad o sincericidio
Hay un proverbio árabe que dice, “si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo digas”. Aunque, yo suelo decir, “si lo que vas a decir no es agradable, ¡mejor cállate!”.
Es verdad que, la sinceridad es una cualidad que está bien vista a nivel social, y, realmente es una cualidad positiva del ser humano. Desde que somos pequeños, nos han inculcado que debemos ser sinceros: que no se dicen mentiras.
Pero, cuando lo que hay es una sinceridad excesiva, cuando no hay ningún filtro a la hora de decir las cosas; y lo que se consigue con ello es tener una gran cantidad de conflictos, no estamos hablando de sinceridad, sino de “sincericidio”.
El “sincericidio”, es un término utilizado por la psicología, para referirse a la costumbre que tienen algunas personas de no controlar lo que dicen. Los «sincericidas» dicen lo primero que les llega a la boca, argumentando que son personas sinceras.
Sin embargo, lo que hace el “sincericida”, es romper con esa norma social implícita, que nos indica que no debemos decir lo que no es necesario decir.
Qué consecuencias tiene ser demasiado sincero
Todos sabemos que no está bien mentir, o al menos, que no está bien mentir cuando no hay ninguna necesidad de hacerlo. Pero, practicar un exceso de sinceridad, decir absolutamente toda la verdad en ciertas situaciones, tiene algunas consecuencias. Tanto para quien la dice, como para quien la escucha.
El exceso de sinceridad altera la convivencia con los demás, y crea conflictos. Podríamos decir que, no decir absolutamente toda la verdad, es una norma social que, aunque no está escrita en ninguna parte, todos conocemos. Cuando dices toda la verdad, sin ningún filtro, y de la misma manera en que te llega a la cabeza, puedes crearte conflictos con aquellas personas a las que va dirigida tu sinceridad.
En ocasiones y si la sinceridad llega a ser extrema, puede afectar a la autoestima de la otra persona, pero también puede destruir tu relación con ella. En estos casos, podríamos decir que esa sinceridad deja de ser la virtud que se supone que es.
El exceso de sinceridad pone en riesgo la empatía en nuestras relaciones interpersonales. Aún si estamos diciendo algo que es verdad, cuando somos excesivamente sinceros, podemos estar haciendo daño a la otra persona, humillándole, e incluso hasta faltándole al respeto.
¿Por qué hay personas excesivamente sinceras?
Las personas que utilizan el “sincericidio”, esas a las que no les importa cómo le siente al otro lo que le dice, podrían tener alguna de las siguientes características.
- Baja inteligencia emocional: una persona con la inteligencia emocional adecuada, dirá la verdad, pero seguramente no dirá la parte de verdad que no es necesario decir; porque sabe que podría molestar y hasta herir a la otra persona. Dirá la verdad pero con mucho tacto.
- Mala intención: además, el exceso de sinceridad de una persona, podría estar reflejando sus prejuicios y su falta de respeto. Pero, podría ser aún peor, podría estar reflejando su intención de molestar y hacer daño a los otros.
Qué cosas podrías plantearte antes de decir toda la verdad
Aquellas personas que son excesivamente sinceras, no sólo aseguran ser sinceras, sino que también argumentan que no son hipócritas.
Bien, eso está muy bien; sin embargo, callar lo que puede hacer daño al otro, no es de personas hipócritas, es de personas empáticas. Si eres una de estas personas, tal vez podrías pararte unos segundos antes de ser totalmente sincera, y pensar en lo siguiente.
¿Te parece que es necesario decir lo que vas a decir? ¿Le hace falta a alguien escuchar eso? Quizás podrías analizar si es necesario decir toda la verdad o no. En algunos casos, la prudencia es también una cualidad positiva, tanto o más que la sinceridad.
Por otra parte, podrías también pensar, si lo que vas a decir será beneficioso para esa persona, o por el contrario, podría hacer que se sintiera mal. Si crees que lo que pasará es esto último, será casi mejor que no lo digas.
Por último, hay otra cosa que es infalible a la hora de decir una verdad que duela, y es, piensa en cómo te sentaría a ti si te dijeran eso que estás pensando decir. Es la forma más sencilla de intuir si va a sentar mal. Si consideras que sí, mejor te lo callas.
En resumen, está muy bien ser sincero. Lo que no está tan bien, es ser tan sincero, que en lugar de verdades, lances dardos con veneno.
Rosa Armas
Colegiada T-1670.